Cuando el rock se mudó a San Blas: el Metropolitano como símbolo de una ciudad desequilibrada 🏟️

Cuando el rock se mudó a San Blas: el Metropolitano como símbolo de una ciudad desequilibrada 🏟️

Cuando el rock se mudó a San Blas: el Metropolitano como símbolo de una ciudad desequilibrada 🏟️

domingo, 13 de abril de 2025

Madrid ha cambiado de escenario. Y no hablamos solo de carteles o géneros musicales, sino de algo más profundo: el desplazamiento físico del epicentro cultural de la ciudad. Lo que antes se asociaba al WiZink Center o al coloso del Bernabéu, ahora ocurre —cada vez con más fuerza— en los márgenes de San Blas, en un estadio construido para el fútbol y reconvertido en la nueva meca de los conciertos de gran formato. El Riyadh Air Metropolitano, hogar del Atlético de Madrid, se ha transformado en tiempo récord en el templo sonoro de la capital.

La capital vibra, sí, pero no necesariamente porque haya planificado cómo hacerlo. Y ahí está el punto: ¿es el éxito del Metropolitano un caso de innovación urbana o un síntoma de una ciudad sin infraestructura cultural suficiente? ¿De verdad estamos apostando por un modelo sostenible, o simplemente estamos confiando en estadios reciclados y decisiones empresariales para sostener algo que debería ser parte del diseño urbano y del compromiso público?

No se pretende desmerecer lo que funciona, sino preguntarse por qué hemos acabado celebrando soluciones que, quizás, solo existen porque nadie construyó lo que realmente hacía falta.

🎸 De estadio de fútbol a catedral del espectáculo

Hace apenas unos años, pensar en el estadio del Atlético de Madrid como el corazón de la música en directo en la capital habría parecido un desvarío. Hoy, sin embargo, el Riyadh Air Metropolitano no solo es la casa del Atleti, sino también el escenario principal de los grandes conciertos que aterrizan en Madrid. Mientras el Santiago Bernabéu lidia con quejas vecinales, restricciones acústicas y una vocación más corporativa que cultural, el Metropolitano se ha erigido en el nuevo epicentro musical de la ciudad.

Ed Sheeran, Natos y Waor, Lola Indigo, Imagine Dragons, Iron Maiden, Aitana, AC/DC, Stray Kids... La programación de 2025 parece más la de un festival global que la de un estadio de fútbol. Y todo esto tiene su mérito, claro. Pero también plantea preguntas incómodas: ¿de verdad Madrid ha encontrado una solución cultural en el Metropolitano, o simplemente está parcheando una ciudad que no supo planificar su creciente oferta de ocio masivo?

🧩 ¿Solución ingeniosa o síntoma de un déficit urbano?

El entusiasmo con el que se ha abrazado esta nueva función del Metropolitano es comprensible: logística moderna, buena capacidad, menor presión vecinal. Es un estadio que funciona porque, a diferencia del Bernabéu, no fue injertado en pleno centro urbano, sino plantado en los márgenes, donde el ruido molesta menos y los atascos ya estaban asumidos.

Pero lo que se presenta como una solución pragmática también puede leerse como un síntoma de una ciudad desequilibrada. Que un estadio de fútbol sea la mejor opción para monopolizar la vida musical de una capital europea dice más de nuestras carencias que de nuestras virtudes. ¿Por qué seguimos confiando en infraestructuras privadas o deportivas para sostener parte del ecosistema cultural de la ciudad?

Es cierto que España ha avanzado en infraestructuras medianas con vocación cultural. Ahí está el WiZink Center —ahora Movistar Arena—, uno de los recintos más activos de Europa, o proyectos como el Bilbao Arena o el Roig Arena en Valencia, que prometen elevar el estándar técnico. Incluso el Estadio de La Cartuja, en Sevilla, ha ganado protagonismo como recinto para conciertos multitudinarios, acogiendo giras internacionales como las de Rauw Alejandro, SFDK o Luis Miguel. Pero La Cartuja comparte el mismo patrón: es una solución adaptada, no diseñada. Un estadio semiolvidado reconvertido a base de necesidad, sin estrategia cultural clara ni vocación pública sostenida.

Y todos ellos comparten dos limitaciones: o bien su capacidad no supera los 15.000–18.000 asistentes, o bien siguen vinculados a clubes deportivos o a usos esporádicos, como es el caso de La Cartuja. No existe en Madrid ni en el país un equivalente al Ziggo Dome de Ámsterdam o al Accor Arena de París: espacios concebidos desde lo público y lo cultural para albergar conciertos multitudinarios, sin depender del calendario de una liga o de la voluntad de un patrocinador.

🏗️ La Cartuja: el estadio sin club que apunta a modelo

Pocas infraestructuras en España tienen una historia tan errática —y a la vez tan llena de potencial— como el Estadio de La Cartuja de Sevilla. Concebido para los Mundiales de Atletismo de 1999 y proyectado como futura sede olímpica, su vida posterior fue un vaivén de olvidos, usos esporádicos y promesas incumplidas. Sin equipo residente, sin patrocinadores, sin calendario fijo. Un estadio público que parecía condenado a ser un coloso infrautilizado.

Y, sin embargo, La Cartuja está despertando justo ahora. Esta misma semana, a mediados de abril de 2025, finaliza la primera fase de sus obras de remodelación, a tiempo para albergar la final de la Copa del Rey. Pero lo más interesante está por venir: grandes giras como las de Luis Miguel o Manuel Carrasco ya han pasado por aquí —mísmamente AC/DC decidió hacer su único concierto en España en este recinto—, y eventos masivos como La Velada del Año V están programados para este mismo verano.

Con más de 70.000 localidades tras su ampliación, sin interferencias deportivas ni condicionantes comerciales, y con una ubicación estratégica a las afueras, La Cartuja representa algo inédito en España: un estadio público con verdadero potencial cultural a gran escala. No es un parche. No es un plan B. Podría ser, si se consolida, el único gran recinto del país capaz de competir con modelos europeos como el Stade de France o el London Stadium, no solo por tamaño, sino por vocación.

¿La clave? No depende de ningún club ni de ninguna aerolínea. Y eso, en una época donde lo cultural suele subordinarse a lo deportivo o lo corporativo, es una anomalía que conviene cuidar.

🧱 Madrid: entre la saturación y la improvisación

Mientras Sevilla avanza, Madrid tropieza con sus propios límites. El Movistar Arena —antiguo WiZink Center— ha sido el principal referente de la capital, pero su ubicación en pleno centro urbano empieza a pasar factura. En 2024, el recinto sancionó a Travis Scott por superar los 120 decibelios durante sus conciertos, provocando quejas vecinales por vibraciones en los edificios. Un pabellón pensado para el deporte adaptado a la música... hasta que el ruido ya no se puede disimular.

Por su parte, IFEMA Madrid ha cancelado todos los festivales al aire libre para 2025, debido tanto a las obras del circuito de Fórmula 1 como al creciente rechazo de los vecinos. Elrow Town, Brunch Electronik y Brava Madrid han sido desplazados a Torrejón de Ardoz, demostrando que la ciudad ya no tiene espacio —ni margen— para su propio volumen.

Este contexto evidencia una realidad incómoda: Madrid no planifica; parchea. Y esos parches, por muy modernos que parezcan, son cada vez más precarios.

💶 Cultura a golpe de contrato millonario

Económicamente, no cabe duda: el Metropolitano es un éxito. El Atlético de Madrid ha sabido diversificar sus fuentes de ingreso con visión empresarial. En 2024, el 15% de los beneficios de éste vinieron de eventos no deportivos. El contrato de naming con Riyadh Air, que ronda los 300 millones de euros hasta 2033, es otro ejemplo del músculo financiero que se está construyendo. Y, por supuesto, Madrid se beneficia también: más turistas, más consumo, más visibilidad internacional.

Pero el precio de esta bonanza no siempre es evidente. Cuando una ciudad convierte un estadio en su principal recinto cultural, lo que está haciendo es subcontratar la cultura a intereses privados. Y eso tiene consecuencias: gentrificación de la oferta, concentración en artistas globales...

🌍 ¿Madrid a la altura de Europa?

Wembley en Londres y el Stade de France en París llevan años acogiendo conciertos de primer nivel, con medidas urbanísticas que reducen el impacto social y refuerzan la movilidad. Pero ninguno de ellos sustituye los recintos culturales públicos: los complementan. Madrid, en cambio, actúa como si el estadio fuera el único salvavidas.

No hay O2 Arena, ni Ziggo Dome, ni Accor Arena madrileño. Solo estadios adaptados y pabellones saturados. Y esa es la gran diferencia con Europa.

🧠 Estadio o ágora: ¿quién diseña la ciudad del futuro?

Lo que está en juego aquí no es solo el modelo de conciertos, sino el modelo de ciudad. ¿Queremos urbes donde la cultura solo tenga lugar en espacios gestionados por clubes de fútbol y patrocinadores aéreos? ¿O aspiramos a construir verdaderos centros culturales públicos, integrados en la vida cotidiana de los barrios?

El éxito del Metropolitano puede ser un modelo a replicar si se acompaña de una estrategia más justa y planificada. Pero si seguimos celebrando que el rock ha encontrado casa en San Blas sin preguntarnos por qué no tiene casa en ningún otro lado, estaremos aplaudiendo la precarización cultural con luces de estadio.

Y es aquí donde Sevilla tiene una oportunidad única. La Cartuja, por su carácter público, su independencia de calendarios deportivos y su libertad frente a marcas comerciales, puede convertirse en el ejemplo de una nueva forma de hacer las cosas. Si se gestiona con visión cultural —y no solo como un contenedor de grandes eventos—, podría demostrar que sí es posible crear un espacio de gran formato pensado para el arte, la música y la ciudadanía, sin depender de intereses privados ni estructuras deportivas.

Tiene lo que Madrid no ha querido construir: aforo, ubicación, flexibilidad, neutralidad institucional y potencial arquitectónico. Pero necesita algo más: programación diversa, inversión sostenida, integración urbana y, sobre todo, voluntad política de no convertirlo en un mero escenario de alquiler.

Madrid merece más que estadios reciclados. Y España, al menos, merece que uno de ellos —como La Cartuja— se convierta en referencia, no por adaptarse, sino por atreverse a marcar un nuevo camino.

Porque si la cultura solo vive donde no molesta, entonces no estamos construyendo una ciudad vibrante, sino una ciudad anestesiada. Y quizás el verdadero espectáculo no esté en llenar estadios, sino en repensarlos.

José Antonio C.

Director

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