La gira infinita: cuando todos los conciertos se sienten igual, ¿Qué opina Rels B?

La gira infinita: cuando todos los conciertos se sienten igual, ¿Qué opina Rels B?

La gira infinita: cuando todos los conciertos se sienten igual, ¿Qué opina Rels B?

martes, 26 de agosto de 2025

Hay frases que, sin quererlo, abren grietas de reflexión cultural. Rels B, durante una reciente entrevista con GQ, dejó caer una de esas perlas con la naturalidad de quien observa el mundo desde el escenario y lo escucha desde el camerino: “Mi madre ha ido a dos conciertos en su vida, y fueron como eventos canónicos”. Y con esa sola frase dibujó un abismo generacional que va mucho más allá de la música.

Los conciertos ya no son lo que eran. Ni en formato, ni en frecuencia, ni en función emocional. Aquello que antes era un momento irrepetiblecasi un rito iniciático— hoy se ha transformado en hábito. Y aunque no hay nada malo en la democratización de la experiencia musical en vivo, hay algo que se ha desplazado en esa transición: el peso simbólico, la emoción de lo escaso, la intensidad de lo excepcional.

Vivimos en una época donde se multiplican las oportunidades para asistir a conciertos, pero ¿se multiplican también las razones para recordarlos? ¿O estamos entrando en una lógica de consumo donde cada show es sustituible por el siguiente?

📆 De la liturgia al calendario: cuando el directo se volvió rutina

Durante buena parte del siglo XX, asistir a un concierto era un hito. La preparación, el desplazamiento, el gasto, la emoción acumulada durante meses... Todo contribuía a elevar el momento a la categoría de evento. Y no es nostalgia barata: simplemente era otro modelo cultural. En España, generaciones enteras vieron pasar su juventud sin pisar una sala de conciertos o un estadio. Muchos vieron en persona a su primer artista favorito cuando ya eran padres.

Hoy, en cambio, tenemos el calendario lleno. Festivales en cada rincón, giras que cruzan el país de norte a sur y de este a oeste, ciclos que programan conciertos semanales en espacios urbanos. Solo en 2024, España contabilizó más de 1.200 festivales musicales, desde los gigantes como Primavera Sound o Mad Cool hasta microfestivales de nicho. Las cifras hablan: más de 35 millones de asistentes a eventos musicales en vivo en un solo año.

Y Rels B está en el centro de esta escena. Lo vimos en el Concert Music Festival de Chiclana, donde desplegó esa estética sobria pero envolvente que lo caracteriza. Lo veremos en breve en el Cabaret Festival de Mairena del Aljarafe, con una propuesta que vuelve a insistir en lo íntimo. Pero lo que más llama la atención no es solo su presencia en estos eventos, sino la naturalidad con la que el público los consume, como si fueran parte del menú cultural mensual.

La experiencia se ha normalizado. Y eso, aunque democratizador, también plantea preguntas sobre el desgaste emocional de un formato que antes estaba diseñado para marcar y hoy corre el riesgo de diluirse.

🌱 El directo como semilla, no como cosecha

Tradicionalmente, el concierto era el clímax de una relación con el artista. Uno escuchaba discos durante meses o años, seguía entrevistas, recortaba fotos, compartía canciones con amigos. Y cuando finalmente llegaba la oportunidad de ver a ese artista en vivo, el momento se cargaba de sentido.

Hoy, esa lógica se ha invertido. Como bien señala Rels B, “El concierto es casi lo primero… otra manera de que los artistas se proyecten, antes incluso que entender su música”. Muchos jóvenes descubren a sus artistas favoritos en el escenario, no en Spotify. Asisten a un festival, se dejan llevar por la atmósfera, sienten una conexión... y a partir de ahí comienza la historia.

Esto tiene implicaciones profundas. La música ya no es solo un producto auditivo, sino una experiencia sensorial, performativa y visual. El directo se convierte en una herramienta de branding. La escenografía, el look, los gestos, la manera de hablar entre canciones: todo construye identidad. Y en una era dominada por TikTok e Instagram, esa identidad se viraliza mucho más rápido que cualquier canción.

En este sentido, el directo se ha vuelto un escaparate inicial, un espacio donde el artista se presenta ante un público que muchas veces aún no lo ha escuchado del todo. ¿Es eso bueno? Puede serlo. Pero también exige al artista una coherencia escénica y emocional mucho más inmediata. No hay tiempo para que el fan se enamore: hay que seducir desde el primer acorde.

🤯 Conciertos XXL, emociones XS

Uno pensaría que esta expansión de la escena en vivo es una buena noticia para todos. Pero como advierte Rels B: “No somos tan especiales”. Y ahí aparece la gran paradoja: cuanto más masivos son los conciertos, más difícil se vuelve hacerlos memorables.

Llenar estadios ya no es noticia. Tener doble fecha en una ciudad media tampoco. Lo realmente difícil es lograr que alguien recuerde un concierto más allá del selfie, del outfit, del story de 15 segundos. Porque la masificación no solo satura la oferta, sino también la capacidad emocional de asimilar tantas experiencias.

Además, el factor económico se ha disparado. Entradas por encima de los 60€, merchandising convertido en artículo de lujo, consumiciones a precio de festival boutique… Ir a un concierto se ha vuelto un privilegio de clase media-alta. Y, sin embargo, sigue siendo uno de los gastos de ocio más recurrentes entre jóvenes. ¿Burbuja en construcción? Es probable. ¿Desgaste emocional y económico del público? Ya lo estamos viendo.

La industria lo sabe, y por eso muchos artistas —como Rels— están apostando por formatos más íntimos, propuestas más personales. Saben que la gente quiere algo más que fuegos artificiales. Quieren conexión. Quieren verdad.

🎤 Menos circo, más alma: la contracultura del escenario

Mientras algunos artistas apuestan por lo espectacular (la gira faraónica de The Weeknd, el despliegue escénico de Beyoncé, la teatralidad de Taylor Swift), otros proponen un camino contrario. Rels B lo resume sin rodeos: “No quiero esa dinámica de meter ocho mil millones de cosas… quiero transmitir cercanía”.

Y no es una pose indie. Es una postura política dentro del arte. Subir al escenario solo, sin músicos, sin escenografía invasiva, con solo unos coristas y una producción estética cuidada, no es una muestra de precariedad, sino una declaración de intenciones. Significa: “esto es lo que soy, esto es lo que hago, sin maquillaje”.

En tiempos donde lo visual compite ferozmente con lo sonoro, volver a lo esencial es un acto de valentía. Porque, paradójicamente, la cercanía es ahora el bien más escaso en un mundo saturado de estímulos. El público lo percibe. Y lo agradece.

👨‍👩‍👧‍👦 El directo como espacio de pertenencia

La madre de Rels solo fue a dos conciertos. Sus fans adolescentes quizá vayan a dos por mes. Pero lo que une a ambas experiencias es algo más profundo: la búsqueda de comunidad.

En un mundo cada vez más fragmentado, solitario y mediado por pantallas, el concierto sigue siendo uno de los pocos espacios donde se siente algo colectivo. Donde las emociones son sincronizadas, donde se canta al unísono, donde se baila sin filtro. Donde miles de personas coinciden —física, emocional y espiritualmente— en el mismo momento.

Por eso los conciertos no son solo eventos musicales. Son rituales sociales intergeneracionales. Padres que descubren a sus hijas en un show de Karol G. Abuelos que acompañan a nietos al Wizink. Grupos de amigos que convierten un concierto en una escapada. Las dinámicas del directo están moldeando nuevas formas de estar juntos. Y eso es profundamente valioso.

🚧 ¿El final de la era dorada del directo?

El directo es ahora más necesario que nunca. Porque en un entorno donde la música se consume de forma fragmentada, automatizada y despersonalizada, el concierto sigue siendo un acto de presencia. Una trinchera donde el artista se enfrenta al público sin filtros, sin ediciones, sin bots.

Pero también es un territorio en disputa. El riesgo de agotamiento es real. El cansancio del público, también. Y la creciente desigualdad de acceso —no solo económica, sino geográfica y generacional— puede convertir esta explosión en un fenómeno excluyente.

La clave, quizás, esté en no olvidar lo esencial: que el concierto no es un escaparate, ni una estrategia, ni un producto. Es un encuentro. Y mientras ese encuentro siga siendo sincero, vulnerable y humano, el directo seguirá siendo el lugar donde la música cobra sentido. Aunque vayas solo. Aunque haya 15.000 personas.

José Antonio C.

Director

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